Ya hace más de dos meses que ingresé en esta prisión para oficiales, situada en la frontera alemana con lo que una vez fue Polonia. La incursión de sabotaje que lideraba fue capturada. A mí me enviaron aquí. Mi unidad no tuvo tanta suerte.
Durante mi turno de trabajo limpiando las oficinas de la prisión, pude hacerme con este cuaderno. Tenía la esperanza de que contuviera información sobre los planes nazis en la región, pero está en blanco. Al menos me servirá para anotar el estado de las instalaciones y todo lo que vea. Así será más fácil poder ejecutar mi plan: fugarme.
Para ello necesitaré hacer todos los contactos que pueda. De momento he conocido ya a cinco reclusos.
Por un lado está Friedrich Grünland, un doble agente alemán que fue pillado robando unos documentos en la embajada alemana en Viena. Antes de la guerra era profesor de lógica en la universidad de esa misma ciudad.
También Jan Glariowski, un miembro de la Armia Krajova, el ejército de resistencia polaco. Pudo esconder una foto de su novia en el control. Se pasa el día añorándola. Antes de entrar en el ejército, diseñó un modelo de coche para la VW.
Luego Napier Mc Medranon, un escocés loco que fue capturado en un bosque cerca de Berlín. Estaba atacando a destacamentos alemanes armado con un arco y un claymore. Está obsesionado con la fundamentación de las matemáticas y suele hablar solo entre dientes. Menudo elemento.
Francis Turin, oficial británico experto en teoría del lenguaje y criptografía. Antes de que lo capturaran, estaba a punto de descifrar la máquina enigma alemana. Me ha guiñado el ojo un par de veces en las duchas.
Y por último, Daniel Tower, paracaidista estadounidense aficionado a la pintura. Antes de la guerra, colaboró en la producción de El Gran Dictador.
Espero que, con el tiempo, conozca mejor la prisión y pueda hablar con otros presos. Porque como dependa solamente de estos cinco, puedo darme por perdido.
También he hecho un contacto con uno de los guardias de las celdas, David Rothenstein. Parece que se ha compadecido de mi situación y se ha ofrecido a ayudarme.
El problema es que el comandante de la prisión, el temible Peter Glaesche, no le quita el ojo de encima debido a su origen judío. Le obliga a hacernos trabajar hasta que no podemos más, aunque sospechamos que Rothenstein también disfruta al vernos sufrir.